Hoy me acordé de ella,
de todo lo que compartimos,
de cómo sin hablar el mismo idioma
nos entendíamos más que un poquito;
hoy la recuerdo en silencio,
ese silencio aprehendido
y agradezco su amor y su ayuda
y el cuando me pedía
que cantara la saeta
no importaba la hora del día.
Para ella
la luz de un beso
y unas rosas amarillas.
Me amó, la amé
y sin medida.
Otra de mis verdaderas maestras.
¡Dios la bendiga!
Para tí, Roswita.
Tus flores preferidas.
Gracias a todas las mujeres que, de verdad, me aman y me ayudan, sobre todo a sanar.
En Paz.