Cuando no existían los aviones
ni siquiera las antenas,
cuando tu voz aún estaba dormida
yo ya formaba parte de la Tierra.
Cuando las distancias lo eran
y no había banderas ni fronteras,
cuando nació irrompible
la paz perfecta
yo ya formaba parte de la Tierra.
Cuando el cielo era siempre puro
y sana la madre atmósfera,
cuando el miedo era escaso
y libre la naturaleza
yo ya formaba parte de la Tierra.
Cuando los días eran distintos
según en qué época vivieras,
cuando se vestía diferente
a uno y otro lado,
cuando apenas había locura
ni nombres que la nominaran
ni grandes desequilibrios
ni temor en la mañana,
yo ya formaba parte de la Tierra,
divina y humana.
Cuando las selvas crecían
y no se frenaba a los ríos,
cuando esperanza aún tenían
todos los niños,
cuando lo que más importaba
era lo que nos mantiene vivos
yo ya formaba parte de la Tierra
y la Tierra sigue siendo lo mío:
guardarla a través de todos los tiempos
sin final y sin principio,
forma parte de mi feliz destino.
Ni ella ni yo caeremos en el olvido.
(También para mi amada tierra canaria que me adoptó de mil amores en la víspera de su anual homenaje).